Palio y Duelo son dos pasos. Dos pasos del camino intrincado para entender lo incomprensible, la ola que nos golpea y nos arrastra cuando la muerte nos toca. Hay que hacer un esfuerzo sobrehumano, ¿o excesivamente humano para nuestros tiempos?, para afianzar los pies en la arena y evitar que nos arrastre la resaca de fuera, esa que intenta marcarte el ritmo, que te dice cómo aguantar el peso de este palio que es el duelo. En esa revuelta interior nos encontramos hace dos años, con nuestros muertos recientes, y quisimos dejarnos atravesar por las trompetas, cerrar los ojos y bailar en un trance contracultural que nos diese un poco de ese tiempo necesario para procesar la pérdida. Nos negamos a pasar de puntillas por ella y a guardar el dolor debajo de la alfombra, a enfrentarnos a la vida como si nada después de los días de rigor de luto familiar. Queremos hacer públicas las muchas caras de la pena, queremos llevarla al subsuelo, danzar con ella y luego sacarla al sol a que se seque y germine. A que se cure. Cantando.
