Hijos del Trueno sustentan una más de las múltiples caras de esa Barcelona mestiza (no la que surgió a finales de los noventa y que acabó bordeando el cliché) que últimamente emana del underground, en sintonía con otras travesías alérgicas a los grandes radares como la de Flamaradas. Vicente Leone y Daniel Granados, ambos de Tarántula, encabezan este proyecto (junto al ex Manos de Topo Pau Julià, Sara Fontán de Za! y Big OK, el ex-Surfing Sirles Guillem Caballero, el ex Sueques Pau Albà , la trompeta del ubicuo Cristian Pallejà y los coros de las Tarta Relena) en el que la rumba solo es el principio del camino y rara vez el final, ya que sus trazas se pervierten al fundirse con ribetes fronterizos, aderezos surf, desvíos al pop y textos que merodean un surrealismo que tiene mucho de malrrollera distopía urbana.
Así que si en Derrumbao del faraón son los aires de jota los que rematan la rumba, por contra son el acento caribeño y cierto humor del absurdo (¿bailarán en la Vall d'Aràn?, potser sí, potser no) los que matizan El viento de Detroit, o la cumbia la que la bandea con gracejo en Volver del futuro. En Ahí viene el colapso combinan rock fronterizo y bolero, y Habanera sin rayos, voz a dueto con Maria Arnal, hace honor a su título aderezándolo con guitarras twang a lo Ry Cooder. Para acabar de rematarlo, Llegan los hijos del trueno es una adaptación completamente sui generis del My Sweet Lord de George Harrison, que deviene en desparrame psicodélico, confirmando que las puertas de la percepción siempre deben estar abiertas cuando la ausencia de prejuicios se cita con el talento.
