Como ocurre con muchos grupos con una larga carrera y una discografía extensa en fácil caer en la tentación de pensar que un nuevo álbum suyo difícilmente va a aportar a algo nuevo o superar lo que han hecho en el pasado. Y aunque en muchos casos es así, también hay excepciones. Sunrise On Slaughter Beach de Clutch es una de ellas.
No es que en su decimotercer disco, la banda de Maryland se haya reinventado, pero sí cuenta con algunos matices que demuestran que todavía tienen ganas de probar cosas y encontrar nuevas posibilidades a su característico sonido. El hecho que contrataran a Tom Dagelty -el productor británico que en los últimos años ha trabajado con Ghost, Pixies o Royal Blood- para grabarlo ya es una señal de su voluntad de no estancarse. Ello se traduce en un disco más elaborado a nivel de arreglos, y la utilización de otros instrumentos más allá de la guitarra, el bajo y la batería para añadir colores a algunas canciones.
Pese a su corta duración, 9 temas en 33 minutos, Clutch se las apañan para llevarnos por diferentes sensaciones y registros en un álbum muy dinámico. Si bien en los dos primeros temas, Red Alter (Boss Metal Zone), con su poderoso frenesí, y Slaughter Beach, con un riff bluesero más pesado, nos encontramos en terreno familiar, en el tercero, el excelente Mountain Of Bone, nos sorprenden con una línea de guitarra que parece salida de una película de espías y que se convierte en el pegadizo leitmotiv del tema. Pese a su mayor sofisticación melódica, la garra de la interpretación vocal de Neil Fallon en el estribillo consigue que suene totalmente a Clutch.
En estos tres temas iniciales, el grupo establece las coordenadas del resto del disco en el que alternan torpedos eléctricos rockeros como Nosferatu Madre, We Strive For Excellence o Three Golden Horns, con temas en los que te envuelven en otro tipo de atmósferas de inspiración psicodélica. Hablo de Mercy Brown, adornada con campanas y coros femeninos, Skeleton On Mars, en la que aparece un theremin en su parte central para darle un aire fantasmagórico como entrada a un gran solo de guitarra de Tim Sult, o Jackhammer Our Names, una balada fúnebre que podría haber firmado Nick Cave.
Sin perder ni un ápice de su personalidad, pero sin miedo a desmarcarse de ella, Clutch han conseguido crear un disco perfecto para mantener el interés de sus seguidores de siempre y totalmente atractivo para quienes se acerquen a ellos por primera vez. Para una banda veterana, eso es oro.
JORDI MEYA