El autor se marca aquí un relato a ratos desternillante, repleto de diálogos ágiles y mordaces, personajes cuyo perfil se traza en unas pocas pinceladas y desvíos lisérgicos (el peyote, claro), que se lee en un soplo y transmite más connotaciones de las que su condición de lectura ligera pueda en un principio sugerir. Y forma parte de una bonita e inteligente forma de reactivar un género, el de las novelas cortas del oeste, al que rescatar no como una operación nostálgica sino como una pertinente puesta al día. Depara algunas buenas risas, sí. Pero también acertadas reflexiones sobre el telón de fondo de un mundo que no volverá.