Un libro tan raro como ese apartado «dysfunctional-americana o down lo-fi» que, según alguna enciclopedia y como se explica en el prólogo de este libro, empieza y termina con eso que la cambiante formación de The Eels ha hecho a lo largo de tantos y tan importantes discos. Y precioso, porque es verdad y conmueve incluso al despistado que no sepa quién es este hombre. Y otro tanto hará por la infortunada que no haya escuchado jamás un disco de la banda pero que, felizmente, aún está a tiempo.
Chico introvertido y maldito coge el virus de la música (en un familia disfuncional, era normal que a los diez años su disco favorito fuese el terrorífico primero en solitario de Lennon), se muda a Los Angeles, trabaja en lo que toque y, a fuerza de tenacidad y fortuna, consigue firmar su primer contrato. El primero de tantos como obligará la anormalidad de la banda, celebrada por otros elementos atípicos como Tom Waits, Van Morrison y Neil Young. Banda que, según la leyenda, Bush y Cheney intentaron prohibir por nociva.
Hasta este punto la historia suena familiar, pero volvamos a la tragedia (convertida aquí en comedia de la que, sin embargo, no cabe reír a carcajadas). Eso que ha empezado con la muerte del padre, al que seguirán la madre, el manager de la banda y la tía azafata que iba en uno de los aviones secuestrados el 11 de septiembre, además de la hermana adorada y perturbada que se suicida para acabar con la estirpe. O casi, porque esta historia no ha conseguido acabar con E, que no nació hasta 1963 aunque este libro podrían leerlo sus nietos. Los que no ha tenido, aunque no sería del todo imposible que los tuviera, incluso sin haber pasado antes por la paternidad, como él mismo preferiría. Y es broma, desde luego, porque para Everett el mayor de los éxitos es vivir, cada día, otro día, y eso ya es mucho. Pero el chiste, como es bien sabido, siempre tiene algo de verdad, y hay que seguir viviendo y pensando en los nietos, en las cosas que éstos deberían saber.
De eso va este libro.