«Fue el mejor concierto que había visto en la
vida: tan preciso y bien coreografiado que parecía de otro planeta, de un planeta lleno de gente increíble».
Esta frase del gran David Byrne sirve para
definir la magia de los directos aunque, a buen
seguro, cada uno de nosotros siente
cosas distintas al asistir a un concierto.
Cuando Dylan me sonrió responde a la voluntad de bucear en un universo de fantasías sonoras y surge desde la convicción de que la música no solo se escucha. Imbricadas las palabras y las melodías conforman el eje de estos relatos.
La primera vez. Las peripecias que suponía comprar entradas. La relevancia de la radio y de los medios especializados como cicerones culturales. ¿La nouvelle chanson o el sonido Manchester? Nuestra faceta oculta como groupie de turno. El hecho de hipotecarse para acudir a un concierto en el extranjero. La simpatía que despiertan los artistas de
culto. ¿La amistad con Dylan? Soñar despierto durante años para ver a nuestro artista preferido sobre las tablas.