Tempus fugit. La máxima atribuida a Virgilio parece haber inspirado el quinto álbum de Marina Gallardo. Y no solo su título, ya que las referencias a la levedad del tiempo y a los recuerdos del pasado son constantes en Cómo pasa el tiempo, una obra brillante y reverberante que nos redescubre el talento de una creadora inquieta y flexible, de alguien que no teme a los nuevos retos.
Cuando en el año 2007 Marina publicó su primer álbum, Working to Speak, muchos creímos estar ante una nueva musa indie. Pero después llegarían Some monsters die and others return (2010), This is the sound (2012) y The sun rises in the sky and I wake up (2017), discos todos ellos editados por el sello barcelonés Foehn, en los que se mostró como una artista poliédrica que podía adentrarse en los brumosos territorios del dark folk, acercarse a la nebulosa indietrónica y caminar por las veredas de un pop siempre escorado hacia una cierta heterodoxia.
Seis años después, para su quinto álbum, Marina Gallardo ha tomado la decisión correcta: cantar en castellano y seguir explorando nuevas vías dentro de una música española que es cada vez más abierta, personal y excitante. En este Cómo pasa el tiempo, Marina parece invocar al dios Cronos para intentar aprehender el más enigmático, inasible y evasivo de los conceptos: el tiempo. El disco se abre con el magnético El silencio, un tema en el que la gaditana se transmuta en una suerte de Laurie Anderson que hubiera cambiado la fascinación por el cosmos por una cierta lisergia sureña. Pero, afortunadamente, lejos de la previsibilidad, el álbum no se ciñe a ningún canon y, por el contrario, se desdobla en mil y una atmósferas: de la preciosa y seductora melodía electropop de Llena de sed a esa Madrugada que evoca un martinete en el que el yunque de la forja es sustituido por el martillo pilón industrial.
Y si Cómo pasa el tiempo, el tema titular, podría llegar a definirse como una electrobulería, Sobre el olivo deviene en una especie de saeta inquietante y telúrica que ejerce una fascinación cautivadora sobre el oyente. Son tan solo algunos de los instantes de magia de un disco que agita en un insólito cóctel sensaciones perturbadoras, melodías hechizantes, devaneos experimentales y una cegadora poesía electrónica. No en vano, al igual que Rafael Alberti, también Marina Gallardo ha respirado el aire de las calles blancas de ese El Puerto de Santa María que les vio nacer.