Ya lo cantó Neil Young, Love and only love, de eso va esto de vivir y Ballena lo saben. Eso es lo que nos regalan a lo largo de once crujientes y luminosas canciones. Tras su notable debut Navarone (17) y su consagración con Odisea ballena (20), la banda malagueña vuelve a la carga y se coronan con su tercer largo, Fuerteamor (22), donde nos muestran los distintos caminos, senderos y carreteras secundarias del querer, esas que, tarde o temprano, recorremos de alguna manera a lo largo de nuestras vidas. Y de vidas reales va la cosa, nada de películas, personas como tú y yo, de parejas sin hijos a familias numerosas, que conviven y se aferran a los buenos momentos, haciendo malabares con el escaso tiempo libre, el desgaste de la rutina o la lucha por llegar a fin de mes.
Poesía pop de la experiencia, sonrisas y lágrimas del día a día. Pasamos de la cotidianeidad compartida de esos episodios que se repiten de lunes a domingo en Semana ballena (su particular Friday Im in love malaguita), rebosante de guitarras resplandecientes, a ese bajo que enciende la mecha de Mano rota (con Pixies y Breeders bajo las alas), en la que vamos cambiando hábitos y gastos, adaptándonos al paso del tiempo y las circunstancias, con mucha ironía y un nuevo centrifugado y adictivo clímax instrumental de la banda que viene y va, una y otra vez.
Nos montamos en La máquina del tiempo y recordamos aquellos pequeños pasos que dábamos en busca de la atención de nuestros padres y, ahora, son los hijos, presentes o por venir, los que exigen el tiempo que les pertenece. Viaje al pasado y futuro entre atmósferas de atardeceres sintetizados y guitarras chispeantes que parecen aferrarse a ese penúltimo rayo de sol que, sin saberlo, une y funde este justo instante con los recuerdos pretéritos en sueños nacientes. Y de los vástagos, al amor infinito y desinteresado de nuestras madres en el Caminito de cierre, con alma de bolero, piel de americana y nebulosa dream-pop.
El brillante huracán de pegadizas melodías y power-pop en vena continúa su curso, surco a surco, con la banda a una y Miguel Rueda quemando las naves en cada fraseo y canto desencadenado, pero también hay lugar para acercarse al rock más clásico en la épica MApH, con regusto a Queens Of The Stone Age por momentos y ecos claros del Rock and Ríos (82).
De los altibajos y rupturas anunciadas, con los amigos siempre pendientes para ayudar a levantarnos tras la caída, piezas claves del amarse fuerte que da título al álbum, a ese pellizco sonoro continuo que logran con la sinceridad de esa deseada reconciliación en Sassenach, con frases cantadas a corazón abierto que erizan la piel y arañan por dentro: Te quiero tanto que me hace daño
/ Yo te querré siempre y no me iré nunca.
Seguimos recorriendo los recovecos del amor y encontramos espinas y relaciones tóxicas en La Gracia Clásica, con la lección aprendida y sus estallidos liberadores finales. La calma después de la tormenta llega, bajo un vaivén sonoro que nos mece y envuelve en una atmósfera de calma, protección y sanación, en Estatua de sal, con una letra que desvela poco a poco ese maltrato cobarde del que hay que huir a la primera: No pienses y corre, no mires atrás, no te conviertas en estatua de sal.
La otra cara de la moneda de la amistad, la mal entendida, sale en el pop a fuego lento de Dolores; y donde hay entendimiento total es en la elegía Ballena a Jimi Hendrix, Hijo del Vudú, desbordando admiración y adoración entre músicos, para seguir, hombro con hombro y aprender como banda, a amarse muy fuerte Juntos.
Como guinda del pastel, una espectacular y cuidadísima edición en vinilo, en la que el artwork completo del álbum cae a cuenta (de nuevo y también superándose) del más chanante de los fans de la banda, Joaquín Reyes,
David Pérez Marín-Mondosonoro