En la adolescencia, la vida de Lucha Reyes cambiaría para siempre. Al mudarse a casa de un tío guitarrista de la legendaria Guardia Vieja, reconocidos fundadores del vals criollo, descubre la huella de este grupo de compositores y músicos que a menudo le piden que cante en jaranas en Barrios Altos. Su talento llamaría rápidamente la atención y terminaría debutando en el programa radial El sentir de los barrios, donde interpretó el vals Abandonada, de Sixto Carrera. Tenía veinte años. Para 1973, Lucha Reyes ya había alcanzado la cima de su carrera, y ese verano es invitada a actuar en Chicago y en el reconocido Waldorf-Astoria de Manhattan. Aún no sabe que tendrá que dejar los escenarios para siempre ese año, por pedido de sus médicos, quienes ven su cuerpo deteriorarse a causa de la diabetes. Pero ahora se siente como una Ella Fitzgerald o una Nina Simone cuya voz ha adquirido un peso incuestionable. Ahora se la escucha con respeto y atención tanto en los callejones populares como en los teatros de renombre del mundo. Su triunfo en la música llega en un momento de visibilidad de la cultura afroperuana en el Perú y en el mundo, impulsada, en parte, y desde las artes por los hermanos Nicomedes y Victoria Santa Cruz.