Hay una línea invisible que hila el pop español. Sale de Sisa, Pau Riba y Vainica Doble, hace paradas en La Mode, El Niño Gusano y La Costa Brava, y llega hasta el día de hoy. En esa línea reposa la música de Santiago la Barca. Son los ecos de esa línea invisible los que afloran en este debut homónimo, un disco extraño y atemporal, lleno de pop engañosamente sencillo, de canciones que parecen haber estado ahí siempre.
Santi creció como músico en aquella extraña etiqueta que se dio a llamar bedroom pop, como parte de los inclasificables y divertidísimos Autoescuela. Fueron años de grabaciones hechas sin medios, de publicar decenas de canciones al año y de aliviar la precariedad (económica, vital) a base de componer canciones salvajes e inmediatas. Desde entonces ha inventado proyectos de todas lides, coqueteado con la rumba y el punk, con el folk y con el pop electrónico, para llegar en Santiago la Barca a su proyecto más personal, el más vivo, el más íntimo. Para ello se ha rodeado de viejos conocidos, Edu G.Alfonso y Edgar, compañeros en Autoescuela, dan lustre a la sección rítmica. Ivana (Vialdela, ZAINE) aporta una visión vanguardista en los teclados, y Fernando (from, Croma Nueve) ejerce de multiinstrumentista, una suerte de Jack Nietzsche a la asturiana. Juntos han conseguido sonar a banda engrasada, viva. Ayuda a ello la producción naturalista de Rafael Martínez Del Pozo (Lorena Álvarez, Triángulo de Amor Bizarro), en la que se cuela el viento, el crepitar de la estufa del estudio, pasos: todo es real, el sonido de una banda en su estado más puro.
Lo que hay en las doce canciones del álbum es un viaje, que se inicia en forma de road song alucinada y demente por las miserias de la España contemporánea (Cantar de gesta) y termina en una exaltación de la amistad melancólica y tierna (Tú y yo y Tony Hawk). Entre medias hay nostalgia de emigrante (Il fratello, Cierran los colegios), amor neurótico (Celia 2, Campdon), ternura (Taichi, en la que colabora Marina, vocalista de La Media Distancia) y desazón por las miserias del paso a la madurez (Belarmino, Mayo o Señor corsario). La lírica, tan surrealista como específica en sus referentes, nos propone un viaje permanente que cabalga entre la cultura popular y la historia del rock, entre el costumbrismo y el delirio místico. Santiago la Barca es un disco para viajes en coche entre autovías, estaciones de servicio y peajes, un disco de otros tiempos para este tiempo, una rareza que podría haber sido publicada hace cuarenta años, hace veinte años y dentro de treinta años.