GAF Y LA ESTRELLA DE LA MUERTE
Cualquiera que haya podido ver alguna vez en directo al colectivo canario GAF, ya sabrá que
detrás de ese nombre se esconde una de las bandas más inclasificables y fascinantes de la
escena española. Colocados en círculo o en línea, como si quisieran dejar claro que la suya
es antes una orquesta de pueblo que una banda de rock al uso, los músicos van
intercambiando instrumentos y posiciones a medida que avanza el concierto y la intensidad
de las canciones lo exige. Un viaje (entendiendo esa palabra, viaje, en sus más amplias
acepciones) en el que se puede saltar de un arrullo acústico a una tormenta eléctrica en
cuestión de segundos, en el que se alternan los pasajes improvisados con la precisión
melódica de las canciones pop, en el que cualquier cosa es posible y la sorpresa es la norma.
Es una manera de actuar que plasma a la perfección la naturaleza mutante e inquieta del
proyecto. De un proyecto que tiene en Kurajica Mladen a su único elemento fijo, pero que a
partir de ahí puede contraerse hasta quedar reducido a un formato de dúo o expandirse
hasta alcanzar la forma de una auténtica orquesta. Algo que, por supuesto, también se
refleja en los discos del colectivo, que han ido cambiando de vestiduras a medida que los
músicos se iban sucediendo: la psicodelia ha sido siempre el hilo conductor, pero las prendas
con las que se engalanaba esa psicodelia han lucido cortes muy distintos. Y si en Sociedad
Del Bienestar (Foehn, 2010) era el momento de cultivar las ragas meditativas, el folk
alucinado y el free jazz con hálito desestructurado, en Gaf & The Love Supreme
Arkestra (Foehn, 2010), con ese evidente guiño a Sun Ra escondido en el mismo título,
los adornos remitían al jazz cósmico y a un space rock primitivo (el que brillaba en la
espectacular Shine, una de las mejores canciones de la banda). Un viraje temporal que en
Gaf y La Estrella De La Muerte (Foehn, 2011) llevaría a los canarios a construir su
propia visión del rock ácido de los setenta y la kosmische más exploratoria, de nuevo con
resultados espectaculares; y que en Sunriser finalmente les ha guiado hacia las aguas del
mejor space rock, el que cultivaban a finales de los ochenta y durante los noventa bandas
como Spacemen 3 y Loop; como Flying Saucer Attack, The Telescopes, Füxa o los primeros
Mercury Rev.
Sunriser se abre con Balayo, una canción apoyada en una cadencia desmayada y una
melodía de órgano de aire litúrgico, que sirve para marcar todo el tono del disco. Una pieza
de góspel fronterizo (la cálida línea vocal y una trompeta que huele a Morricone tienen
mucho que ver en esto), que se va quemando poco a poco, abrasada por el mar de drones y
electricidad estática que bulle en el plano de fondo. Una espiritualidad que pulsa timbres
cósmicos con Sunday, particular acercamiento encantado a los dominios de Sonic Boom;
que se deja acariciar por un aire feliz en House of thousand chandeliers y se pliega a una
épica sobrecogedora en la muy cinematográfica Oyalab. Y todo eso sucede sólo en la
primera cara (y digo primera cara porque Sunriser es un disco pensado con mentalidad
de vinilo), porque la segunda está reservada por completo a Yannakis, una sinfonía de
bolsillo flotante y llena de luz, arrastrada entre olas de drones y colchones de aire cósmico.
Una densa sopa psicodélica de la que, poco a poco, van emergiendo voces alucinadas,
trompetas de aire fantasmal, guitarras que parecen líquidas y todo tipo de arreglos
electrónicos: el particular universo de GAF, resumido en veinte minutos de pura felicidad
eléctrica. Y no acaba ahí la cosa, porque la descarga digital y la versión en compacto añaden
al festín DA14, una estupenda coda ambiental, improvisada en el estudio junto a David
Cordero, que sirve de remate al mejor disco que han grabado los canarios. Al menos hasta la
fecha.
Vidal Romero