La mayoría de las canciones que escuchamos han sido compuestas para investir la vida cotidiana de excepcionalidad: olvidarnos de ella bailando, imaginando otras vidas, sublimando nuestras penas y alegrías, arrebatándonos. A menudo, quien las compone también pretende fingirse otro, crearse un personaje mediante el que trascender su realidad, o bien entregar sus vivencias como capítulos de un relato mítico de la personalidad. Juan Carlos Fernández está en otra liga. No trata de elevarse, sino que permanece a ras de suelo. Es un realista irredento, empeñado en dar testimonio de la experiencia de despertar cada mañana en la misma cama, en el mismo cuerpo. Hace ya tiempo que encontró su identidad estética, y sigue allí, intacta, en sus álbumes con Dos gajos y Matrimonio, y en solitario con el proyecto Baladista: un folk-blues sosegado y escueto con dosis puntuales de vaudeville, música latina y caribeña, y atravesado por una distancia irónica y algo misántropa.
En este disco todo sucede a medio tiempo, al ritmo de los días laborables, con sus rutinas, sus pequeñas epifanías y sus miserias, con esa pátina nebulosa de la realidad cotidiana. El banjo de seis cuerdas es esta vez el instrumento central que acompaña una voz más musitada que nunca, que parece no querer interrumpir la siesta del bebé o del vecino gruñón. De vez en cuando bajo y batería, acordeón, ukelele y armonio se unen de puntillas, con una encantadora pereza nivelada por la producción naturalista de Frank Rudow. Por otra parte, las letras no dejan títere con cabeza. Este es quizá el disco más mordaz de Baladista, y es en el paradójico equilibrio entre la rotundidad de sus textos y la delicadeza de sus melodías y arreglos donde encontramos su esencia, agridulce y genuina.
La inaugural Lo mismo es toda una declaración de principios, al abrazar la monotonía como fuente de tranquilidad. Pintando el cielo aboga por los días grises sobre un ritmo trotón y una melodía naíf, y Vals es una amarga píldora que denuncia los crímenes en los que se sustenta el consumismo, envuelta en el dulzor ebrio de una ranchera valseada. El mantra es una deliciosa chanza con trazas de los Kinks a costa de los tramposos relatos de superación personal, y Por fin una pieza de vaudeville irónico, con un armonio asmático y tema pecuniario, en la estela del Nobody wants you when youre down and out de Bessie Smith. Cargado de razón arremete contra los opinólogos de sofá, y Algo interesante contra la impostura y la inanidad de ciertos músicos del underground. La probabilidad llega al summum de lo agorero, elucubrando sobre la llegada de la muerte del cantante y sus coetáneos. Para cerrar nos espera la sorpresa de Ciencia ficción. Un avistamiento OVNI narrado con el habitual tono flemático e indolente. A la voz de Baladista nada le es ajeno, y nada le perturba. Cuando las demás canciones dejan de sonar, cuando acaban esos micro-fines de semana del alma, las canciones de Baladista se quedan con nosotros, en los días de diario, como el tarareo casi inconsciente con el que acompañamos nuestro monólogo interior, entre tubos de escape y cafeterías recién abiertas, de camino al trabajo.
Javier Aquilué.